Saturday, August 20, 2005

Abordo de un EasyJet

A la hora de escribir esto me encuentro aproximadamente a diez mil metros de altura. A través de la ventanilla me es posible divisar las costas del mar Mediterráneo. De acuerdo con las indicaciones del capitán, estamos sobrevolando la ciudad de Niza, y dentro de un par de horas estaremos aterrizando en Berlín.

La primera vez que sobrevolé Niza fue hace casi ocho años atrás, regresando de mi estadía de cuatro meses en Israel, y a punto de iniciar un tour de dos semanas por Europa, el cual iniciaría en Madrid junto a mi madre. Aparte de la alegría del reencuentro, luego de permanecer tanto tiempo sin vernos, debo admitir que me sentía realizado mientras saboreaba la comida de abordo, que a pesar de haber sido elaborada en serie, parecía haber sido cuidadosamente preparada, o al menos diseñada, por algún excéntrico chef francés.

Las cosas han cambiado un poco desde aquel lejano invierno del 97. La primera aerolínea en promover el concepto del viaje a bajo costo fue Ryan-Air, la cual ofrecía a precios irrisorios viajes entre Londres y otros destinos turísticos europeos. Cuando hablo de bajos precios no me refiero a descuentos del 10%, sino a tarifas equivalentes a las de un taxi desde el centro de la ciudad hasta el aeropuerto - me refiero aquí a taxis europeos, los cuales cobran entre 20 y 30 euros por trayecto, y que difícilmente te paran en la calle si no los has solicitado por teléfono. Como era de esperarse, muchas aerolíneas copiaron el esquema de Ryan-Air, conectando en pocos años las principales capitales europeas con vuelos de bajo costo.

Desde aquel entonces, la experiencia de volar se ha transformado a tal extremo, que es realmente difícil hoy en día pasar pena. Antes el dilema era “para que me habrán dado esta cucharita?”; hoy en día no solo no regalan la comida, sino que aquella que venden las azafatas se debe agarrar con las manos, las cuales, dicho sea de paso, han tenido que renunciar igualmente al placer de ser limpiadas con trapitos húmedos desechables con olor a bebe. Ahora que, pensándolo bien, todavía hay gente que pasa pena, pues algunos primíparos ignoran aun que en estos vuelos toca pagar por la comida, y siempre terminan devolviendo el sandwich luego de oír el precio. La verdad me parece un poco triste el asunto, pero supongo que mi mama seria feliz contrabandeando mamones, ciruelas y otros artículos alimenticios poco sofisticados y de consumo embarazoso. De hecho, mientras escribo, Kerstin saca un croissant de la cartera, se sirve de una botella de dos litros de Coca-Cola y luego me da a probar...

Otra característica esencial de las aerolíneas de bajo costo es la inexistente asignación de sillas. Al mejor estilo de un viaje en chiva, el primero en llegar al avión decide donde coloca la gallina – hasta ahora no me ha tocado compartir la bandeja de equipaje con ningún animalito, pero no dudo que algún día me lleve una sorpresa. A diferencia del cuento de la comida, este cambio si me parece muy positivo, pues nada mas harto que lo sienten a uno entre la ventanilla y un tipo re-gordo, el cual ronca mientras apoya su cabeza sobre tu hombro, y cubre con su enorme barriga los espacios reservados para los brazos, obligándote a retorcer tu cabeza durante los 60 o 120 minutos de vuelo.

Quien me lee pensará que esto de vivir en el extranjero se me esta subiendo a la cabeza, así que dejaré las criticas aquí para felicitar al señor Stelios, dueño y fundador de EasyJet, EasyCinema e EasyCar, entre otros, por haberse apiadado del espacio aéreo alemán, y darnos la posibilidad de relajarnos...

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